No, rectifico: una auténtica pesadilla.
Manu tenía la bonita costumbre de escaparse algún que otro fin de semana con su compañero Alfonso (yo le llamaba Sito... como S. Pons, por la extrema velocidad a la que le gustaba conducir) y con otros compañeros.
Cuando me quedaba en Madrid, me pasaba el fin de semana agobiada y pensando que le podía pasar cualquier cosa, bien en la carretera o haciendo el descenso de cañones, propiamente dicho.
Recuerdo el terror que me entraba cuando me decía que estaban preparando otra excursioncita de estas.
Sudeció lo normal, seguí aguantando el tirón, porque le quería demasiado para prohibírselo, y que se enfadara conmigo, pero me quedaba esperándole con el corazón en un puño, como se suele decir.
Yo creo que si la situación se hubiese alargado mucho más, hubiera acabado siendo una paranoica (más de lo que ya soy, of course)
Al fin, me animé a participar en una de las susodichas excursiones, y allá que nos fuimos un fin de semana, a la Sierra de Guara, en Huesca.
Ya sólo el viajecito se las traía, pues salíamos el viernes por la tarde y regresábamos el domingo con el palizón puesto.
No recuerdo cual fue el que hicimos concretamente (creo que era el Peonera inferior), pero según ellos, era de los más fáciles, y es que en esta ocasión íbamos dos chicas, la novia de otro chaval y yo misma (aparte de Manu, Sito Pons y ¿también Jesús-Harpo?)
La aventura para mi comenzó en el mismo momento en el que tuve que enfundarme o mejor dicho "enmorcillarme" en el espantoso trajecito de neopreno, imprescindible para aguantar las gélidas aguas primaverales del cañoncito.
Y así, cual morcilla de Burgos, sintiéndome una gorda y sin más equipaje que la tira para sujetar las gafas y nuestra comida (una bolsa con almendras crudas para todos), comenzamos el descenso.
El primer chapoteo casi fue de agradecer, pues después de haber caminado desde el coche hasta el comienzo de la ruta y haber sudado un poco más con el intento de meterse en el ajustado neoprenito, parecíamos unos pollos mojados y teníamos bastante calor.
Recuerdo una primera parte preciosa, en la que nadábamos a favor del río en unas aguas transparentes, una maravilla, deslizándonos a veces sobre las rocas lisas a modo de tobogán.

En ese momento entendí por qué se llamaba ese deporte "descenso de cañones": bajábamos suavemente por las profundidades del cañón, si alguién nos hubiera podido ver desde arriba, vería una fila de pirados (ahora que recuerdo -sin casco- menudos inconscientes) que iban charlando o incluso cantando a voces.
Esa parte desde luego que moló.
Luego comenzaron las dificultades... pequeñas al principio, pero que al final de la tarde yo, particularmente veía como ENOOOORMES dificultades, pues no podía con mi alma.
Lo primero que me chafó un poco fue la deprimente comida que hicimos... todos en torno a una bolsa de basura gris repleta de almendras crudas -y bastante húmedas e insípidas- y con las que tuvimos que conformarnos, pues era solo para reponer un poco las fuerzas y continuar.
Otro de los inconvenientes (y no vale reir) es que no se podía hacer pis con el puto neopreno puesto, se suponía que se picaba con el ácido de la orina -aunque visto con perspectiva, yo creo que era un bulo para evitar que la gente se meara , claro- y como consecuencia, había que desenfundarse y volverse a enfundar muy a menudo, con las consiguientes dificultades.
Si a eso le sumamos que estar en el agua fría suele aumentar considerablemente las ganas de hacer pissss
Hubo un momento en el que tuvimos que hacer un salto de unos 5 metros de altura (5 me acaba de confirmar Manu, aunque en aquellos momentos a mi me parecían 20)
Lo del salto no era tan malo, supuestamente... lo malo es que ya no se podía volver hacia atrás... sólo continuar hacia delante, y saltar, claro
Igual la cosa no me hubiera impresionado tanto, si no fuera por las exclamaciones que se oían de fondo... todas ellas de los que ya estaban abajo:
-"No saltes en este lado, que hay un remolino, y te puede absorber"
-"Ah, aquí tampoco, hay rocas y te puedes dar con el fondo"
-"Mira, salta aquí" - decía nuestro simpático cicerone, señalando con la manita hacia un punto indeterminado, delante de si mismo...¨

Si, claro, no te jode... donde tu digas voy a tirarme... y sin las puñeteras gafas, ademas... que había que tirarse sin las gafas, para evitar destrozarlas.
Al fin, salté como pude, y no debí hacerlo tan mal, pues estoy aquí contándolo, jaja.
Por fin, durante la última hora (bueno, apreciación mía, igual fue media, igual fueron dos) íbamos contra la corriente, que nos llegaba apenas a la rodilla.
Aquello parecía fácil después de todo lo que habíamos pasado... craso error. Un ejercicio contínuo contra la corriente nos proporcionaría unas lindas agujetas en las piernas.
El final del barranco-cañón terminaba en una especie de presa, de unos 15 metros de altura, en la que, afortunadamente, el saltar por ella era una opción y no una obligación.
Todos ellos, uno a uno, fueron saltando (me acuerdo del terrible sonido del palmetazo que se pegó la otra chica, que salió casi llorando a causa del dolor)
Yo fui la única que se rajó y no pudo hacer el salto, entre el pánico que me daba la altura y el agotamiento... vaya, que no estaba yo para muchos más experimentos.
Me dio un bajón tremendo en ese momento, y una tembladera grave, que mejoró cuando me quité el mojado neopreno a toda prisa y alguno de ellos me prestó una gruesa cazadora.
La cena fue rápida, (no como la del viernes, con mucha juerga y mucha comida) y nos fuimos a la tienda a dormir, raudos como el viento.
Jamás olvidaré la sensación que me embargó cuando me desperté a la mañana siguiente:
¡¡TENÍA AGUJETAS HASTA EN LAS PESTAÑAS!!
No, en serio, nunca, nunca, pero nunca en mi vida (y he parido dos veces) he tenido tantas agujetas...
Los movimientos estaban ralentizados... como si la vida de pronto fuera a cámara lenta.
Mi compañera y yo nos quedamos en el campamento base, pues ellos se iban a entregar a una nueva aventura el domingo por la mañana (un cañón cortito) y nosotras no estábamos para muchas bromas.
¿cuánto se tarda en guardar un saco? dos, tres, cinco minutos... ese día yo tardé casi veinte.
El pueblo que estaba al lado del camping (Rodellar o Fanlo quizá?) estaba a un par de kilómetros... y la chica y yo (lo siento, pero no soy capaz de recordar su nombre) decidimos hacer una excursioncita... joe, vaya idea... se nos fue la mañana entera en recorrer esos 4kilómetros... y es que parecíamos una versión cutre de "las muñecas de famosa" y los pasitos que dábamos... bastante ridículas, vamos.
Para colmo, había otra consecuencia más de la aventura: Las rocas que conforman todos estos cañones y barrancos son en su mayoría calizas, con un aspecto poroso y en muchas ocasiones parecidas a la "piedra pómez", y teníamos todos los dedos de las manos destrozados (literalmente sin huellas dactilares) absolutamente en carne viva... los diez dedos.
Joe, recuerdo perfectamente no poder siquiera sujetar el café, pues teníamos hipersensibles las puntas de los dedos.
Vamos, que además del casco, yo apuntaría en la lista de cosas necesarias para el barranquismo, unos buenos guantes, para no acabar con las yemas desdibujadas.
Bueno, a pesar de todo lo que he despotricado, reconozco que estuve un tiempo muuy orgullosa de mi misma, por haber podido acabar aquel recorrido sin sufrir graves daños.
Y, aunque la zona es preciosa, y el contacto con la naturaleza es bastante intenso, lo cierto es que fue la primera y la única experiencia con los cañones que tuve (y tendré)
Poco después nos fuimos otro fin de semana con Alfonso y su mujer, Julia, pero esta vez a la zona de Cazorla.
Solo entraron ellos al cañón, yo ya me había rendido en Madrid.
Cuando al cabo de los años, Manu dejó de ir, respiré aliviada, realmente es un deporte de riesgo, aunque algunos se empeñen en no verlo así.
AINS... ESTA ES UNA DE LAS COSAS QUE ESPERO CONTAR A MIS NIETOS
Cuanto echo estas escapadas.
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